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Para Otto, Q.E.P.D.

  • Writer: Lulabees
    Lulabees
  • Dec 21, 2021
  • 2 min read

En el jardín interno de una casona esquinera con paredes verde menta, había un naranjo que desprendía un dulce olor, y un árbol de aguacate que en temporadas daba sus apetitosos frutos. Mi abuela salía sagrado todas las mañanas a regar sus matas y a espantar culebras, tradición que heredó a su hija mayor y a su adorado yerno cuando ella ya no tuvo fuerzas para seguir sembrando nuevas semillas. El sol reflejaba en la piscina central un color azul turquesa haciéndola sentir tan refrescante que ninguno de los que llegaban de visita se resistían a un chapuzón, sobretodo en los días de verano cuando el calor era agotador. Mi prima y yo fuimos felices en esa piscina donde inventábamos mundos enteros bajo el agua y solo nos sacaba el olor a frutas frescas que venía desde el ventanal de la cocina. Al salir, empapadas y con arrugas en los dedos, nos devorábamos sin compasión una jugosa patilla o un mango recién caído del árbol acompañado siempre de helado de vainilla. También había helado de fresa, mandarina y chocolate pero realmente el de vainilla era el sabor preferido de mi tío. En su casa y su cocina, en su piscina y en su jardín siempre hubo familiares, conocidos y amigos, novios, novias, primos y sobrinas, hijos, nietos, perros, gatos y hasta loros, que pasaban una tarde casual, unas vacaciones extendidas o inclusive toda una vida. Se hicieron fiestas en todas las épocas del año, desde Halloween hasta Navidades, desde Enero hasta Diciembre, en primavera y en otoño, de cumpleaños con mariachis y hasta matrimonios inventados. Fuimos niños, fuimos jóvenes pero ante todo fuimos felices de celebrar el tiempo juntos y de compartir un café caliente una tarde cualquiera mientras la puerta principal se abría para entrar a esta mágica casa llena de recuerdos.

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